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Nombre completo: Serena Virginia Dainard
Apodos: Sery, Vi, Virgie (lo cierto es que responde a todo)
Fecha de Nacimiento: 25/12/1996
Edad: 16 años (Recién cumplidos)
Nacionalidad: Estadounidense
Grupo: Ciudadana
Rango:
Orientación Sexual:

Con la piel tan frágil y pálida como para parecer hecha de nieve, tan suave como la mismísima seda, ese rostro angelical, los brillantes, grandes y expresivos ojos cuyo azul es tan profundo e intensos como el oceáno y una sonrisa deslumbrante que permanece, casi siempre curveando sus labios Serena puede dar, a simple vista, la apariencia de ser una muñeca de porcelana, contando incluso con una larga y levemente ondulada melena rubia.
Pero su figura no es tan infantil como una de esas muñecas. No, ella heredó la estilizada figura de su madre: sus largas piernas, su cintura, sus brazos delgados y bien proporcionados. Compone de hecho, una silueta admirable y perfectamente estética que acostumbra a llamar la atención pese a que, por su carácter, ni siquiera considere esa posibilidad, o crea las miradas ajenas motivadas por algún defecto.

Insegura, frágil y quebradiza, la imagen que Serena proyecta a simple vista es una clara contradicción al dicho "las apariencias engañan". Siempre callada, sumisa y servicial, su naturaleza crédula y confiada tiene a jugarle muy malas pasadas.
Con los ojos siempre velados por recuerdos agridulces de una pasado que, aunque no distante, se antoja cada día más abismalmente separado de ella, sin que se le brinde ni la más mínima oportunidad de remediarlo, su sonrisa se ha ido tornando a lo largo de los años en una sombra de melancolía y tragedia, una mueca dulce pero triste, arruinada por una vívida mala memoria que todos pueden notar, pocos definir y nadie erradicar. Simplemente está allí, persiguiéndola, enloqueciéndola, arrebatándole sus sueños y transformándolos en pesadillas de las que no habla jamás.

Siempre dispuesta a hacer lo que sea para complacer a quienes la rodean, los años la han acostumbrado a asentir, sonreír y tolerar en silencio el más amplio repertorio de críticas, insultos y frases hirientes que puedan imaginarse. Siempre ve la mejor intención en las acciones ajenas puesto que ella, de por sí, carece de malicia. Lo disculpa todo y cree merecerse todo lo malo pueda sucederle por lo que son contadas las ocasiones en que ha llegado a enfadarse con alguien.

En su mente ella es siempre la única culpable, siempre fallando, siempre equivocándose...siempre imperfecta, insuficiente, indigna. Sencillamente carece de autoestima y por ende no concibe ni cree merecer un trato mejor que el que suele recibir. Por ende, reserva siempre para sí todas esas aspiraciones y esperanzas de las que no se considera merecedora, se guarda sus quejas, su dolor, su miedo...porque el consuelo es mucho más de lo que se cree con derecho pedir.

Así, si debe hacerlo, llora a solas, pero se asegura de sonreír en público. De ese modo, cuando todo la sobrepasa, grita en sueños, pero mantiene su voz en casi un murmullo cuando está despierta...siempre en una constante espiral de sufrimiento innecesario dedicado a mejorar la vida de otros: porque así, y solo así, podrá llegar el día en que se merezca una vida un poco más parecida a la que desea...un poco, aunque sea solo un poco ¿feliz?

-¿Que cuándo comenzó todo?-repitió la anciana señora Barkeley poniendo sobre la mesa dos preciosas tazas de porcelana, un azucarero y una pequeña bandeja de pastas-Supongo que cuando Sebástian supo que su mujer estaba embarazada. O incluso antes.

Con calma, la señora llenó las dos tazas de té verde y se acomodó mejor sobre la silla para mirar los ojos de quien la entrevistaba a través de los empañados cristales de sus gafas, observando meticulosa los pequeños detalles mientras removía el contenido de su taza para que el azúcar que acababa de servirse se diluyese.

-Lo cierto es que ninguno de nosotros, y mucho menos yo, llegó a entender jamás esa relación. Especialmente en lo que a los motivos de Elizabeth se refería.

No se lo voy a negar, es cierto que Sebástian ya era un miserable y apuntaba muy malas maneras-y sé que se lo dirán porque por aquí son todas muy amigas de echar la lengua a pastar-pero lo es también que Eli no era ni ciega, ni tonta ni, desde luego, una cazafortunas, por más empeñada que esté esa arpía de Johanson en gritarlo a los cuatro vientos.

No, ella sencillamente cometió el error de enamorarse de la persona equivocada. Y puede creerme cuando le digo que por entonces no era difícil caer en las redes de ese hijo de mala madre. De hecho, era mucho menos apetecible rechazarle que creerse sus mentiras y dejarse caer en sus brazos. Porque hace veinte años-quien le ha visto y quien le ve-Sebástian era un hombre muy bien plantado: siempre tan elegante, con ese porte de niño rico y su actitud de rompecorazones...tenía muertas por sus huesos a todas por aquí y, aunque se hiciese de rogar, Eli no era la excepción.

La mujer respiró hondo y exhaló, sumida en recuerdos que, aun pareciendo lejanos en su memoria, se mostraban tan vívidos y coloridos como si los hubiese vivido ayer mismo.

-Para que entienda todo lo que voy a contarle, es necesario que comprenda que el amor que ella sentía por ese desgraciado-mal rayo le parta allá donde esté-era uno de esos amores que una se cree que solo existen en las películas hasta que lo ve con sus propios ojos. Aún a día de hoy puedo recordar el modo en que brillaban sus ojos cada vez que le veía y no miento cuando digo que ella habría muerto y matado por él. Es más, si Sebástian hubiese llegado a decirle que podía volar, ella se haría lanzado de un torreón sin miedo alguno, segura de que le saldrían alas.

La suya habría sido una historia preciosa si ese malnacido fuera capaz de querer a alguien más que a sí mismo...-añadió con desdén en sus últimas palabras, dejando caer unas cuantas maldiciones al aire antes de continuar.

El punto está, señor mío, en que la niña no fue el principio de la cuestión-él ya le pegaba muy fuerte y con mucha frecuencia desde su misma luna de miel- sino el detonante de su final. Y es que, desde que nació, "el señorito" ya casi no paraba en casa y cuando lo hacía, para qué negarlo, no dejaba más que muebles rotos, moratones y memorias amargas. No estuvo en ninguno de los buenos recuerdos que pueda tener esa criatura de su infancia y podemos dar gracias por ello, porque de haberlo hecho, no lo serían...

Negó en reprobación y, quejándose del dolor de huesos, se levantó y se acercó a uno de los armarios del salón, sacando un viejo álbum en que podía verse fotografías de una pequeña niña rubia, siempre sonriente y pegada a las faldas de su madre en escenas tan típicas de la infancia como podrían serlo los primeros cumpleaños o la apertura de los regalos el día de Navidad.

Aunque sufría mucho-y quiero que usted lo vea con sus propios ojos para que no crea lo que le digan las malas lenguas-Elizabeth era muy buena madre y no había persona sobre la tierra a la que su hija quisiese ni admirase más.

Serena adoraba a su madre y, dado que su padre prefería pagar a un profesor articular a arriesgarse a que la secuestrasen y "perder dinero en el rescate de esa criaja del demonio", su madre era también su mejor amiga. En otras palabras, Eli era el ombligo del mundo de su hija...y por eso, cuando las cosas de pusieron realmente mal, el golpe fue horrible....

Nunca-y mire que tengo ya sesenta y cinco años-he visto llorar a nadie como lo hizo esa pequeña cuando todo se estropeó. Pero eso es algo que puede contarle mejor mi marido...él tiene mucha más entereza que yo.

Pasó más de un cuarto de hora desde que la anciana abandonó la habitación hasta que su esposó se dignó a entrar en ella, aún refunfuñando.

Es usted de la capital ¿verdad? Y periodista ¡cómo si lo viese! Ustedes siempre vienen aquí con sus trajes y zapatos caros para meter el dedo en la yaga. Me conozco muy bien a los de su ralea. Todos dicen que quieren saber cómo pasó todo con pelos y señales para avanzar en la investigación, prometen que ayudarán a nuestra niña y se van sin cumplir ni una de sus promesas, eso sí, con una jugosa historia para sus periodicuchos. Sí, son todos iguales. Pero si quiere remover el fango le daré el gusto.

Ese fue uno de los peores de mi vida, sino el peor.

Volvía del jardín con la pequeña-le encantaban las flores ¿sabe usted? podía pasarse casi tantas horas correteando entre ellas como bailando ballet-y, como siempre, ella iba delante, haciendo piruetas, riéndose y girando en el aire.

Recuerdo perfectamente que había escogido las cuatro rosas más espectaculares de todas y me había pedido que la cogiese en brazos para cortarlas ella misma. Yo era más joven y más fuerte y ella tenía solo ocho años, así que no supuso ningún problema. Estaba tan contenta...

Y entonces abrió la puerta, se escuchó un disparo, ella gritó y luego calló de rodillas. Muda, sorda, pálida y horrorizada. Su reacción, por supuesto, me extrañó. Me extrañó hasta que me topé de frente con aquella escena.

Frente a mí, la misma Elizabeth que hacía escasos nueve años se mostraba preciosa, radiante y llena de vida, me miraba con sus ojos huecos, exentos de vida mientras la sangre escapaba de su sien formando un enorme charco sobre el suelo de mármol.

Cogí a la niña en cuanto fui capaz de reaccionar y la llevé hasta su habitación. Entonces aún no podía creerme que su madre hubiese sido capaz de suicidarse, pero en cuanto volví a bajar y vi el periódico ensangrentado que junto a ella, lo entendí todo.

La voz del anciano fue agravándose por la furia contenida poco a poco, rompiéndose y requebrándose con cada batacazo emocional al revivir los episodios que relataba.

Aquel miserable había anunciado en una de esas fiestas de sociedad su compromiso con una niñata y ni siquiera se había dignado a pedirle el divorcio o decírselo siquiera.

Supongo que el despecho le nubló el juicio y no dudo que, si alguien hubiese estado allí para calmarla, no habría cometido semejante estupidez. Pero las cosas no fueron así y, a decir verdad, todo sucedió demasiado rápido: decenas de hombres vinieron, retiraron su cadáver y lo limpiaron todo.

Mi comportamiento con respecto a los acontecimientos que siguieron a ese es algo que jamás me perdonaré. Como decía mi padre "poderoso caballero es Don Dinero y nada tiene que envidiarle su primo, el Señor Miedo". Intentaron sobornarme y rechacé su dinero, pero me amenazaron y entonces sí me callé todo lo que sabía.

Los medios comunicaron que tanto el recientemente arruinado multimillonario, Sebástian Arnaud, así como su esposa e hija, había fallecido en el incendio de su casa.

Lo único cierto en aquella noticia fue que él se arruinó. Aunque no fuese por una mala gestión, como decían, sino pagando a chantajistas que conocían los motivos por los que su mujer se había suicidado y tenían todas las pruebas necesarias para culparle de esa muerte. Así, cuando se quedó sin nada más que el sombrero, se llevó a la niña lejos, bien lejos y cambió de nombre.

Entonces, el señor Barkeley señaló un lugar en el mapa que su oyente había extendido sobre la mesa, poniendo su índice sobre este.

-No hay nada más que yo pueda contarle. Vaya aquí y pregunte en la primera comisaría que encuentre por Dainard, Daniel Dainard. Creo que ese fue su nuevo nombre y, conociéndole, no debió tardar ni parar de meterse en problemas.
El joven investigador Verdun, de padre francés y madre estadounidense, no pudo contener las arcadas al entrar en el tugurio que el comisario local le había señalado como "hábitat" por excelencia del "espécimen" a investigar.
Era un cuartucho anti-higiénico, ocupado por una barra cubierta de mugre y tres o cuatro mesas cojas y carcomidas por la polilla alrededor de las cuales se apoltronaban pequeños grupos de deshechos humanos: alcohólicos, ludópatas o simples sombras de quienes en tiempo fueran personas con una vida o, al menos, un ápice de dignidad.
-Busco a Daniel Dainard ¿Podría facilitarme alguna información sobre él?-pronunció directo, dirigiéndose a un hombre de unos sesenta años que parecía el dueño del local.
-¿Qué ha hecho ese borracho ahora?-contestó al instante, haciendo además de limpiar un vaso empañado por la grasa con una bayeta no mucho más limpia-Si apenas acaba de salir por la puerta...
-Oh no, no se trata de lo que haya hecho aho...-comenzó a explicar, pero enseguida se calló, tal vez lo mejor fuese poder analizar la casa-es que ha perdido la cartera...y me preguntaba si podría decirme dónde vive para llevársela yo mismo.
-Por supuesto... aunque no sé si a lo que hace en esa chabola de mala muerte se le puede llamar vivir...desde que su hija le abandonó ese sitio es un criadero de alimañas.-puntualizó, escribiendo un par de instrucciones-Suerte con él. Daniel no es precisamente un borracho simpático.
Si el bar al que había ido a parar hora y media antes había despertado su asco, aquello le parecía, sin duda, una invitación a devolver. Era inmundo, un canto a la decadencia y el patetismo...exactamente como el individuo que le observaba desde el marco de una de las rotas ventanas de esta.
-¿Quién es usted?-bramó arrastrando las consonantes, haciéndose acto seguido con una botella vacía, con claras intenciones de lanzársela-¡Lárguese de mi propiedad!
Sin problemas, el investigador esquivó la botella, volvió a mirarle y gritó para que le oyese.
-¡Vengo a hablarle de su hija, Serena!
-¡Ni mencione a esa descastada!¡La primera botella ha fallado, pero le aseguro que no todas lo harán! ¡Váyase y deje los recuerdos de esa niñata donde deben estar! ¡O mejor aún, lléveselos!-exclamó, notablemente furioso por la sola mención de la joven, arrojándole, entre botellas y latas, tres gruesos cuadernos forrados en cuero, en los que solo podían percibirse, sobre sus respectivas cubiertas, anotaciones manuscritas en las que se reflejaba un solo año.

Sintiendo curiosidad por ellos, Verdun decidió dejar el enfrentamiento para más tarde y, recogiéndolos, regresó a su coche sorteando los objetos que se precipitaban en su contra.
Así, diez horas después y ya semirecostado sobre uno de los cómodos sillones de su hogar, el investigador se dignó al fin a abrir aquel primer cuaderno, cuya primera página rezaba, sin fecha alguna:

"Seas quien seas, y hayas como hayas llegado a hacerte con este cuaderno, quiero que sepas-antes de comenzar a leer sus páginas-que no siento lástima por mí misma ni quiero que tú la sientas. Ignoro cómo habrás dado con este, mi primer diario propiamente dicho desde que tengo memoria y lamento decir-porque es grosero-que no me importa. Me es tan indiferente como probablemente lo sean para ti los sucesos que cubrirán estas páginas en lo sucesivo. Como, con seguridad, lo será lo que pueda pasar conmigo para quienes en tiempos me conocieron. Nadie se preocupa por los muertos y yo, para mi desgracia, lo estoy a ojos del mundo."

Extrañado por el contraste entre la madurez triste y resignada que aquellas palabras delataban y la redondeada caligrafía que las dibujaba, Verdun respiró hondo y pasó página.
¿Cuántos años podía tener aquella chiquilla entonces, y qué debía tener en mente para hacer tan fatalistas afirmaciones?

"Hoy mismo, a día 11 de marzo, se cumplen los tres años de aquel macabro y trágico fin de semana en que todo se arruinó y lamento tanto lo difuso de mis recuerdos sobre él como no poder dejar al menos una rosa, de esas que tanto le gustaban, en la tumba de mamá, suponiendo que esos hombres llegasen a enterrarla en una.

Aquello sucedió de pronto, como un mal sueño contenido en una exhalación: mamá murió, lo perdimos todo, subimos a ese barco y, cuando quise darme cuenta, me topé a solas con mi padre-entonces más extraño que conocido-en un lugar tan pequeño como lo es esta cabaña.

He leído y releído más de veinte veces los quince libros que había sobre su estantería cuando llegamos, hasta saberme de memoria todas y cada una de sus líneas. He contado cientos de veces las tablas que cubren los suelos de esta casa pese a saber que, por más veces que lo haga, no dejarán de ser 359. He continuado bailando, he puesto mi mejor esfuerzo en mantener esto limpio y me avergüenza decir que, aún así, también he llorado mucho.

Debo admitir que me costó mucho acostumbrarme a convivir con él, a sus borracheras, su adicción al juego y su permanente mal humor. Pero sé que no es malo. Entiendo que en el fondo, muy en el fondo, es consciente de que soy su hija y me quiere, aunque sea solo un poco. Porque mamá siempre me lo decía y porque sé lo mucho que ha sufrido por su pérdida.
No puede ser tan malo ¿verdad? nadie podría hacer tanto daño a otra persona sabiendo que está mal ni estando en sus cabales. No, tiene que estar cegado por el dolor.

Y si es por eso, puedo perdonarle, aceptar sus gritos y sus palizas. Si con ello logro que sufra un poco menos por mamá, podré con ello. Porque, después de todo, lo que ella hizo fue culpa mía. O eso me dice, con segura sinceridad porque...¿para qué iba a mentirme?
Decenas de páginas de castigos excesivamente violentos, mentiras para encubrir a su padre, borracheras, muebles rotos en huidas desesperadas, pesadillas, moratones e incluso roturas sobre las que la jovencita no se sentía con derecho a presentar queja en el instituto público al que acudía, el investigador se dio de bruces con el final de la historia. El veinticinco de diciembre del año anterior, décimos quinto cumpleaños de la joven.

Tal fue el horror del contenido de aquellas páginas que llegó a descomponerle. El modo en que aquella joven, poco más que una niña, narraba su experiencia aquella noche le hacía sentirse como si pudiera verla.
Se sintió como si realmente escuchase la lluvia y los truenos que con tanto terror describía ella, como si viese la figura de aquella pobre chica, temblando presa del pánico ante lo que le sucedía.

Fue como si, justo frente a él, se proyectase la imagen de ese desalmado aproximándose amenazante-como siempre lo hacía, según había podido leer-para liberar a su hija de las cadenas y observar con deleite cómo se desplomaba de rodillas, deshecha en llanto. Hasta ahí-por desgracia-todo era normal.
Sin embargo, la escena de la que su imaginación le hacía testigo se tornó aún más truculenta cuando la mano derecha del hombre tomó con fuerza su mentón, obligándola a mirarle a los ojos, haciendo saltar las alarmas de la más joven. Se figuró la expresión de pánico absoluto en su rostro al percibir que algo no iba bien, percatándose de que el gesto de su progenitor era señal de que algo todavía peor de lo acostumbrado estaba a punto de suceder.

Habría jurado llegar a vislumbrar el modo en que, de un tirón brusco, ese salvaje la puso en pie agarrándola con la fuerza suficiente como para que se le agotase el aliento, forzándola a ser consciente del brillo sádico en sus ojos azules inyectados en sangre,-que la quinceañera había descrito al detalle, en un texto manchado de lágrimas-su sonrisa violenta y la tensión en su mandíbula.

Detalles, como aquella marcada vena en la frente descrita como una advertencia de lo que la esperaba, o el áspero y rudo tacto de sus toscas manos subiendo por entre sus muslos al tiempo que le susurraba con voz ronca:
"Por fin empezarás a pagar de verdad la ausencia de tu madre...te pareces tanto a ella"

Releyó las últimas palabras de aquel diario cientos de veces, su disculpa, el detalle de haber dejado insconsciene a su padre, haber completado aquellas páginas y haber echado a correr, sus remordimientos por abandonarle pese a lo que le había hecho.

"El mundo sabe que yo no podía tolerarlo más, que no puedo admitir lo que pensaba hacerme y que, de hacerlo, se me agotarían las pocas ganas de vivir que me quedan. Y aún así espero-como aguardo encontrar una vida mejor tras estas puertas-que algún día llegue a disculparme por abandonarle. Ojalá las cosas fueras diferentes y aún me quedase esperanza en que las cosas pudiesen ir a mejor. Juro que si me quedasen ganas de disculparle y creerme mis propias mentiras, no lo haría, pero esas energías me faltan, empiezo a dudar que, aun solo en un punto difuso de ser haya alguien que me quiere y eso sí es algo que no podría disculparme."
¿Qué sucedió al final?¿Consiguió escapar la joven? Por supuesto, y pasó penurias y días de hambre hasta que alguien se apiadó de ella y le prestó ayuda. Pero ahora las cosas le vas mejor...algo mejor...y ¿quién sabe? Es posible que tú llegues a formar parte de esta particular película incompleta.

Otros datos

► Gustos:
Los días lluviosos.
Los bosques.
Bailar.
Las cosas que la hacen sentirse libre.
Bañarse en agua caliente (suena simple¿verdad? pues para ella ha sido todo un lujo los últimos cinco años)
La música.
Los libros
Cocinar
Viajar (más como un sueño que como algo que haya hecho)
► Debilidades:
Padece una cardiopatía que le hace poco recomendables los sobreesfuerzos físicos.
► Fobias:
Claustrofobia, Brontofobia y Merintofobia.
► Manías:
Siempre se muerde el labio inferior cuando está nerviosa o intenta contenerse.
Cuando pretende tolerar el dolor o aguantar el miedo se clava las uñas en los muslos o las palmas de las manos.
Se toca el pelo constantemente.
Junta y separa las rodillas siempre que está muy inquieta.